(CAPÍTULO I) (CAPÍTULO II) (CAPÍTULO III)
(CAPÍTULO IV) (CAPÍTULO V) (CAPÍTULO VI)
(CAPÍTULO X) (CAPÍTULO XI) (CAPÍTULO XII)
CAPÍTULO VIII
Finalmente me han dado una nueva mascarilla y me han traído las cosas que mi padre ha dejado en la recepción del hospital. Claramente no puedo verle, pues sería peligroso para él, pero por suerte soy alguien que soporta bien la soledad, así que afronto la noche con calma.
Una enfermera entra en el box para tomarnos las constantes y se presenta.
—Me llamo María, y esta noche estaré a vuestro servicio.
En cuanto te empiezas a acostumbrar a alguien, llega el cambio de turno y vienen caras nuevas. Esta chica deja el listón alto desde un primer momento, pues en cuestión de segundos, repara la rueda del biombo y demuestra que un poco de paciencia y voluntad, hacen de lo imposible, un pretexto de holgazanes.
Parece que estamos bien. Mientras toma las constantes de Marcel, éste habla sin ninguna nota de ironía en su voz.
—Creo que el de allá arriba me está llamando.
María ríe bajo su mascarilla.
—No señor, el de allá arriba no se lleva a gente así. Noventa y siete por ciento de oxígeno en sangre, treinta y seis coma siete de temperatura, la tensión la tiene bien… ¡Está usted perfecto!
Si me preguntaran, le hubiera dado la razón a Marcel, pero parece que en el fondo se encuentra bien y se está curando. No sé si alegrarme por él. No estoy seguro de que vivir entre en sus planes.
A medianoche cierro las luces y deseo que el tiempo pase al ritmo de los sueños. Estoy exhausto, ya que casi no he dormido en las últimas treinta y seis horas. Por desgracia, pasa el rato y sigo con los ojos abiertos, como si unas pinzas invisibles sujetaran mis párpados. Ni estoy cómodo, ni puedo calmar mi mente.
En la oscuridad de la sala, un cuadrado de luz se abre en lo alto de la pared y empieza a emitir sonidos. El insomne Marcel ha encendido la tele sin ningún reparo y se ha puesto a ver una serie de detectives. En otras circunstancias me hubiera cabreado, pero estoy tan activo que me pongo a verla con él.
Al cabo de unos minutos, el viejo se da la vuelta y me quedo solo ante la caja de luz. Me aburro soberanamente hasta que mi inquieto compañero vuelve a moverse y apaga el receptor.
El río de pensamientos vuelve a su cauce. Observo el techo de la habitación durante media hora y cavilo acerca de la vida, de mis relaciones y recuerdos, de mi estado actual y el venidero, hasta que quedo deslumbrado por la súbita claridad del fluorescente encendido, y entre las manchas negras de mi visión, vislumbro el brazo de Marcel lleno de sangre. Lo tiene levantado por encima de su rostro y lo observa con tranquilidad, aunque tiene una fea herida en el antebrazo. Parece como si unos colmillos le hubieran desgarrado la piel. Si hubiera otra persona en la habitación, daría por hecho que es caníbal.
Suena un pitido y la voz mecánica habla a través de la pared.
—¿Qué ocurre?
En lo que tarda en abrirse una puerta, llega María a la habitación y ve a Marcel con el brazo en alto.
—¿Qué te has hecho Marcel?
—Pues nada, que tenía el esparadrapo en el brazo y me he olvidado de él…
—lo que significa que se ha rascado sin querer, dejando al descubierto la
herida que ocultaba la gasa.
El pobre está hecho un cuadro. María y su compañera le hacen las curas y salen del box.
—Ahora sí, a descansar.
Para entonces ya se han hecho las tres de la madrugada. Sigo intentando conciliar el sueño, pero no puedo evitar pensar en el estado de mi compañero. Reflexiono sobre la condena que supone esperar el fin de tus días bajo una eterna agonía. Aunque supere la neumonía, Marcel seguirá bajo cuidados a causa de la anemia. Y la vejez no perdona, pues solo hay un camino, y éste es a peor.
¿Quién quiere vivir en tales condiciones? ¿Quién quiere morir tras un largo suplicio? Sólo el temor a la muerte podría alejarnos de ella, pues en última instancia, qué sino el pavor mantiene a un enfermo terminal en vida. ¿El amor? ¿La familia? Ellos no habitan en sus huesos, ni sienten la carga de su dependencia. Quizás Marcel no esté en ese punto, quizás yo sea un intento de poeta que delira a altas horas de la noche. Pero yo en su situación, creo que pediría un filete y un vaso de vino, llamaría a mis hijos, y les diría “Adiós, muy buenas, ha sido bonito pasear a vuestra vera”.
(Dissabte 15 d’agost, la següent entrega.)
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