Un cop infiltrat, Paul Davis segueix desenvolupant el seu pla.
PAUL DAVIS, ROBO LENTO (A CONTRARRELOJ, 24)
Capítulo 9
Tras el fin de semana, transcurrió un día de trabajo más en la boutique. Alba había estado más atenta conmigo que de costumbre, por lo que rechacé su oferta de quedarnos juntos después de la jornada. A ella no le debió sentar bien, pues en cuanto terminamos, se marchó de camino a la parada de autobús, sin permanecer más de un minuto junto a sus compañeros.
—¡Que raro que Alba se haya marchado! —apuntó uno de los compañeros.
Me hice el muerto, y dejé que el resto hablaran entre ellos.
—Estaría cansada, o de mal humor —expuso una de las chicas.
Lo del mal humor hizo crecer en mi un sentimiento de culpabilidad. Si no estuviera en medio de un caso, me habría ido a casa en aquel mismo instante. Pero no podía, tenía algo que hacer.
—Bonito reloj —me dijo uno de los chicos.
—¿Sí? Es un Tissot Automático —respondí.
—Vaya, vaya. Pues o algunos cobran más que otros, o no me lo explico.
—Qué va. Ya me gustaría. Fue una oportunidad… Debió ser de esos que se caen de un camión —dije riendo.
El chico con el que había estado hablando, no era el huraño, del que yo sospechaba. A veces las apariencias engañan. Era uno de los ‘concierges’ que trabajaba conmigo en TAG Heuer. Alba me había dicho que se llamaba Daniel, y que era uno de los que más tiempo llevaba trabajando allí.
Tenía a mi sospechoso, sólo me faltaba el, o los, cómplices. No obstante, decidí no tensar la cuerda, y cuando terminó la conversación, me fui a mi apartamento como hizo el resto.
El día siguiente fue bastante movido. Había atracado un gigantesco crucero en el cercano puerto, y los cinco mil turistas que viajaban en él estaban deseando pisar tierra y gastarse su dinero. Fue un día de locos para nosotros, igual que le ocurriría a la mayoría de tiendas próximas. Ese día vendí cuatro relojes.
Cuando terminamos la jornada, noté que Daniel me buscaba. Se separó ligeramente del grupo para encenderse un cigarrillo protegido de la brisa, y yo me acerqué a él, dispuesto a jugármelo a todo o nada.
—Oye… Me ha dicho Alba… —le dije.
—Alba, ¿eh? —me dijo con retintín. —¿Qué tal con ella, “latin lover”?
Sonreí sin responder su pregunta, y continué a lo mío:
—Eres uno de los más antiguos de aquí.
—Sí, el más antiguo.
—No creo que esté mucho tiempo aquí. Me gustaría dedicarme a lo mío, al marketing. No me veo de ‘concierges’ toda la vida.
—Ya. ¿Y quién se ve haciendo esto para siempre?
—El caso… —intenté encaminarle yo. —Es que cuando ayer hablábamos sobre el camión del que se cayó mi Tissot, se me ocurrió que tu quizás…
Daniel no soltaba prenda. Con mi experiencia, yo ya estaba acostumbrado a eso. Normalmente todos empezaban igual. Sin embargo, lo iba observando con detalle, atento a cualquier mínimo gesto de nerviosismo. Noté que cambiaba el apoyo de un pie al otro, un gesto común y tal vez sin importancia, pero no me pareció que fuera por cansancio e incomodidad. Me dio la impresión de que estaba diciendo “Yo soy el que manda aquí”. Eso me incitó a seguir:
—Soy un novato aquí. El más nuevo de todos. Pero he estado en otros sitios. Creo que podríamos sacar algún reloj de aquí. Venderlos a mitad de precio, y tener un buen colchón económico. Sé cómo hacerlo.
—¿Por qué me lo cuentas? Si sabes cómo hacerlo, ¿en qué me necesitas?
Entonces empecé a relatarle exactamente lo que yo sabía que él ya estaba haciendo. Lo hacía como si fuera mi plan, por supuesto. Podía salirme mal, pero había que confiar.
—Me eres necesario porque tú eres el que más tiempo lleva aquí. Conoces a todos, y sabes quién más nos podría ayudar.
—Ahora ya no sólo me necesitas a mí, sino a más gente —respondió haciéndose el tonto.
—Mira, de vez en cuando, sin que se note demasiado, pongamos una vez a la semana, un día en el que tengamos muchísima gente —le explicaba yo. —Cuando enseñemos un reloj a un cliente, en vez de devolverlo al expositor, nos lo guardamos en el bolsillo.
—Ajá.
Daniel no me había saltado con lo evidente, con un “¿y qué hacemos cuando al día siguiente vean el expositor vacío?” Era señal que sabía por dónde iba mi entramado.
—Cuando hagamos una venta, y sin llamar la atención, abrimos el mueble inferior, dispuestos a sacar el reloj que el cliente quiere llevarse. Aprovechamos ese gesto, y en vez de una, sacamos dos cajas. Reponemos el reloj del expositor que habíamos dejado vacío, y guardamos el estuche vacío en el mueble. Al cliente le va a parecer un movimiento normal, como si estuviéramos reponiendo el expositor, no va a sospechar nada. Acompañaremos al comprador hasta los administradores (cajeros), y nos aseguraremos que pague.
—Ajá —volvió a decir.
—Para ECI seremos unos héroes, alguien que acaba de vender un reloj de lujo., y, por tanto, de quién menos deberían sospechar. Al terminar el turno, y con el reloj aún en el bolsillo, nos quedamos los últimos de la fila, pero en vez de pasar por el detector de metales, lo esquivamos. Seguro que tu conocerás a alguno de los vigilantes que tenga mi visión, que sea más flexible y le vaya bien un dinero extra.
—Es posible sí.
—Finalmente, llevo el reloj a un contacto que tiene una tienda de segunda mano. Sabes que la ley les obliga a verificar que son auténticos, y que no son robados. Pero este amiguete, digamos que es como nosotros. Tiene visión de negocio. En vez de pagarte cuatro chavos por el reloj, nos dará la mitad de su valor en la calle. ¿De dónde crees que he sacado mi Tissot sino?
Percibí la mirada de Daniel. Ganar la mitad del valor del reloj era mucho dinero. Podrían ser 500€, 1000€, 2000€, o incluso 3000€ por semana. ¿Cuánto podría estar consiguiendo él en sus hurtos? No más de una cuarta parte del precio del reloj, eso seguro.
—Ese contacto tuyo es muy interesante. Si logra la mitad del P.V.P., podemos llegar a formar un buen equipo.
Fotografia: motiu gràfic de la novel·la | J. G. Chamorro