Paul Davis se infiltra entre los trabajadores del centro comercial para comprobar si alguno de ellos está implicado y en qué medida.
PAUL DAVIS, ROBO LENTO (A CONTRARRELOJ, 24)
Capítulo 8
Finalmente logré que Campos cumpliera aquello a lo que se había comprometido. Y lo hizo con celeridad, porque si me había advertido que necesitaba uno o dos días para ultimarlo, era aquella misma tarde en la que me confirmaba que todo estaba preparado para mí.
Casi desde el principio de la investigación, tuve en la recámara “ser” un empleado. Conocer el negocio y a la gente desde dentro. Si os dais cuenta, fue por ese motivo que la visité la primera vez llevando gafas de sol. Reforzaba mi imagen de turista, pero, además, evitaba que me reconocieran si posteriormente pasaba a formar parte de su plantilla.
Máximo Campos me indicó que los trajes Emidio Tucci los ponía la empresa. No tenía más que presentarme a la mañana siguiente vestido de manera informal y ellos me equiparían con todo lo necesario para el trabajo.
Me quité el Kronos Pilot, y me puse un Tissot PR 516 GL de mi colección. Una marca reconocible entre los que no son expertos en relojería, véanse los ‘concierges’, y que a su vez con su estética vintage llama la atención.
Llegué con media hora de antelación a mi primer día de trabajo. En efecto confirmé que sí había fumadores entre los empleados. Algunos estaban fuera fumando. Me presenté ante ellos con un simple “Soy Pat David, el nuevo ‘concierge’ de TAG”.
Me acogieron cálidamente, invitándome incluso a fumar, oferta que educadamente decliné aduciendo que era exfumador. Se presentaron con sus nombres, y me ofrecieron su ayuda para aquello que pudiera necesitar. Hubo no obstante dos casos especiales.
El primero, y en positivo, una chica morena que llevaba el pelo largo y teñido de castaño. En seguida se acercó a mí, y tocándome el brazo se ofreció a ser mi guía. “Todos hemos sido nuevos alguna vez, así que cualquier cosa que necesites, ya sabes dónde estoy”. A medida que hablaba con ella la recordé como una de las ‘concierges’ que estaba en Cartier.
La otra fue en negativo. Un hombre bastante alto y delgado. Llevaba barba de dos o tres días, y se comportó de manera bastante huraña. Quizás fuera tímido, aunque eso no explicaba que ni tan siquiera hubiera sido socialmente correcto, presentándose como hicieron los demás.
El día pasó sin mayor novedad. Mi único entretenimiento era escuchar algunos de los disparates que a veces soltaban los dependientes. He intentado hacer memoria, y así plasmar aquí una selección, pero sólo recuerdo uno. La verdad que fueron tantos… El que me llamó la atención fue “Cristal de zafiro, tan duro como el diamante”. Por si hay algún ‘concierge’ que lea este relato, sólo aclarar que el zafiro es casi tan duro como el diamante, pero no igual. Según la escala de Mohs el primero tiene una dureza de nueve, y el segundo de diez. Es posible que la confusión viniera porque suele decirse que salvo el diamante, ningún otro material es capaz de rallar el zafiro.
Pasé por el escaneo de seguridad al terminar el día, era tal y como Máximo me había explicado. Hacíamos una fila, y uno a uno los empleados íbamos cruzando por el detector de metales. Un vigilante de seguridad se aseguraba que nadie se lo saltara.
Me quedé en el exterior un rato con mis nuevos compañeros. Unos pocos aprovechaban para fumar. Otros se habían vuelto a sus casas, pero la mayoría, seguían ahí, hablando sobre cómo les había ido el día, las cosas que tenían que hacer en casa cuando llegaran, etcétera.
El segundo día fue más o menos que el anterior. Nada de importancia ocurrió, salvo que hice mi primera venta. Un TAG Heuer Carrera Calibre 5. Como detalle interesante, el vigilante de seguridad que había tras el escáner de metales era uno distinto al del día anterior. Tenía lógica, así se evitaba que se conchabasen.
Durante mi tercera jornada, confirmé que había aprendido a interpretar a un ‘concierge’. Puede que sólo fuera fruto de la casualidad, pero vendí dos TAGs más. Al concluir la jornada, Alba, que así se llamaba mi guía, la chica morena del pelo teñido, me invitó a si me apetecía tomar un café con ella. Estaba intentando mezclarme con los empleados, y aquella era una buena forma de integrarme. Por supuesto, acepté.
Alba no era particularmente bonita, su cuerpo era atractivo, es cierto, pero con lo que verdaderamente seducía era con su carácter extrovertido y atento. Un comportamiento que no podía decir si conmigo era o no más intenso de lo que había podido observar con el resto de compañeros y compañeras.
Era una chica que estaba muy preparada, hablaba español, catalán, inglés y francés. Me explicaba que los requisitos mínimos exigían al menos inglés y español, en ese orden de preferencia. Era extraño que yo desconociese los requisitos de acceso, a fin de cuentas, había entrado por enchufe, pero me alegré que al menos en cuanto a idiomas se refería, estuviera capacitado para el puesto.
Mientras ella seguía contándome acerca de su vida, hablaba bastante pero no se hacía pesada, fui dándome cuenta que los mejores ratos en el trabajo los había pasado con mis compañeros. No soy especialmente sociable. El trabajo no representaba ningún reto intelectual para mí, los clientes, sin importar si tenían o no mucho dinero, solían ser altivos y a veces maleducados con nosotros. Desde El Corte Inglés nos ninguneaban. No es que nos tratasen mal, sino que no nos trataban. Estábamos entre dos aguas, porque, aunque estábamos con ellos, no éramos sus empleados. Lo mismo podía decirse de nuestras respectivas marcas, las que nos pagaban el sueldo desde Suiza. Estábamos tan lejos de ellos que ni nos veían, no éramos más que una transferencia a final de mes.
Sin embargo, los compañeros, tenían ganas de hacer las cosas bien, demostraban interés, incluso el huraño. Cuando llegó el turno de hablar sobre nuestros compañeros, y pasando por alto a dos de ellos que, estaban liados, algo que Alba me confesó con cierta picardía, aprovechaba para narrarme los detalles que ella conocía de sus currículums. Todos estaban bien preparados, algunos sustentados por títulos académicos, y otros por experiencia laboral. No había caído en la cuenta de ello hasta entonces. Si el primer día me reía de sus barbaridades, no era por su culpa. Las marcas, apenas les proporcionaban información. Ni novedades de nuevos lanzamientos, ni memorias históricas, ni cursos básicos de relojería. En ECI no se quedaban atrás, ni técnicas de venta, ni protocolo, … Nada. Aquellos chicos estaban dejados de la mano de Dios, y lo hacían lo mejor que podían.
La chica me explicaba como cuando estaban juntos, en “el fumadero” que es como llamaban a la puerta de acceso, o en un bar cercano, se explicaban trucos, cosas que habían aprendido y les habían funcionado. Compartían conocimientos.
La tarde dio paso a la noche sin que apenas me diera cuenta. Miré el Tissot y vi que eran casi las nueve de la noche.
—¿Te espera tu novia? —observó ella al ver que miraba el reloj.
—No. No tengo novia —respondí con franqueza. No sé si fue la mejor respuesta, pero así ocurrió.
—No llevas anillo de casado. Me he fijado.
—Tu tampoco —le repliqué.
—No estoy casada… Ni tengo novio, por el momento.
Podría decir que me gustaba lo poco que conocía de Alba, pero no me gustaba aquella situación. Estaba infiltrado, no era realmente uno de ellos como ella pensaba. Si no iba con cuidado, ella podría sentirse traicionada cuando terminara mi caso y me fuera de allí. E, injustamente, parece que siempre se hace daño a la gente que menos lo merece, gente como aquella chica.
Fotografia: motiu gràfic de la novel·la | J. G. Chamorro