(CAPÍTULO I) (CAPÍTULO II) (CAPÍTULO III)
(CAPÍTULO VII) (CAPÍTULO VIII) (CAPÍTULO IX)
(CAPÍTULO X) (CAPÍTULO XI) (CAPÍTULO XII)
CAPÍTULO IV
Un camillero llega a mi habitación trajinando una silla de ruedas. Va mejor equipado que el resto de sanitarios que me han atendido hasta ahora. No solo trae guantes y careta, sino que lleva puestas gafas de protección y un mono con capucha a prueba de fluidos. El chico se queja de la visibilidad reducida, ya que las gafas se le empañan por el rebufo del aire estancado que sube desde su boca. Me siento desprotegido a su lado, puesto que solo llevo una mascarilla y una bata desgarbada que apenas cubre la mitad de mi cuerpo.
Subo a la silla como copiloto y nos movemos por los pasillos del centro a toda velocidad. Siento las miradas del personal clavadas en nosotros. Llegamos al ascensor, las puertas se abren y una enfermera sale con paso decidido. En cuanto entramos, la chica se da cuenta de que ha bajado en el piso equivocado. Se dispone a subir de nuevo, pero se para en el umbral del elevador y me mira.
— Es COVID —advierte el camillero.
— De acuerdo, ya me espero al siguiente.
Veo el temor en los ojos de la chica y me siento como un completo apestado. Tengo la sensación de estar en una prisión de máxima seguridad, donde me trasladan con los reclusos más problemáticos. Las puertas del ascensor se cierran e iniciamos el ascenso.
Llegamos al box 625. Hay un buen jolgorio montado. Un señor mayor yace sobre su lecho respirando bajo una máscara de oxígeno. Dos enfermeras le cambian el pañal, pues el pobre hombre está demasiado débil como para ir al baño. Son las seis de la mañana, pero hablan como si fueran las diez.
Siento miedo, pues mi cama apenas está a un par de metros de una persona infectada por el virus. Su apariencia es horrible; los pellejos cuelgan de un cuerpo decrépito que da la impresión de estar exhalando su último aliento.
Tiene los brazos llenos de heridas, pues está tan delgado que la vía se desprende de su piel y ya no queda espacio donde hincarla. Me invade un agudo sentimiento de congoja. Estoy aturdido por la fiebre y siento que voy a desfallecer. No veo la luz al final del túnel; dudo que haya puertas en el infierno.
(Dissabte 1 d’agost, la següent entrega.)
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