Desperté a las nueve de la mañana pasadas. Adriana aún dormía justo en el otro extremo de la cama. Aún completamente desnuda. Me vestí con las bermudas del día anterior, y salí en dirección al bungalow de las chicas. En la puerta estaba el Volvo XC90 T8 estacionado y, probablemente, en su interior, estuvieran Stella, Julia y Franz. Decidí no disturbar el sueño de mi bella acompañante y me fui a dar un baño en la piscina.
A aquellas horas en periodo vacacional, estaba desierta. Las aguas azules estaban completamente quietas y el silencio era tal, que me permitía escuchar el sonido de la purificadora de agua. Comencé a nadar a estilo braza recorriendo las aguas a lo largo. En una de las ocasiones en que saqué la cabeza hacia fuera para poder respirar, advertí la presencia de un hombre con aspecto extranjero que me observaba. Alcancé el extremo aguantándome sobre el bordillo de piedra y le saludé. Él me correspondió con una discreta inclinación de su cabeza. Me di cuenta del Orient Triton que llevaba en su muñeca, una esfera negra que contrastaba con la piel blanca del hombre. De pronto, sentí un pinchazo en la espalda. Tuve el tiempo justo de girarme y ver como otro hombre a mi espalda se dirigía a buen paso hacia mí. En menos de un segundo perdí toda la fuerza en las piernas y los brazos. Sentí como el agua cubría mi cabeza y mi cuerpo comenzaba sumergirse.
***
Medio atontado me fui despertando. Poco a poco fui tomando consciencia de lo ocurrido: el hombre que me vigilaba acercándose por detrás, el dardo narcotizante que disparó a mi espalda…
Me encontraba ahora en una estancia de medianas dimensiones, unos quince metros cuadrados. Las paredes estaban aisladas acústicamente, como si se tratara de un estudio de grabación. A la altura del pecho tenía una brida de seguridad que mantenía mi cintura inmóvil contra el respaldo de la silla metálica en la que me habían sentado. Otro elemento inmovilizador unía mis manos a la espalda, probablemente otra brida de un sólo uso, como la que también tenía en los tobillos.
Aquello no tenía nada de buena pinta: me habían capturado, llevado a quién sabe dónde, y yo no tenía la menor idea de lo que pretendían. Además, mi teléfono móvil había desaparecido del bolsillo; estaba incomunicado. Empezaba a plantearme que tal vez no había sido acertado confesarle a Adriana Bengtsson que yo era un investigador privado. Quizás era la bonita sueca la encargada de vigilarme. La traidora que jugando al despiste dio el chivatazo al hombre de la piscina.
Escuché la cerradura de la puerta que tenía a mi izquierda abriéndose… Hicieron acto de presencia dos hombres, uno grueso, casi completamente calvo y luciendo un afeitado perfecto, y el otro corpulento con la piel blanca como la leche. Enseguida lo reconocí por el Orient Triton de esfera negra que llevaba en su muñeca. Era el hombre que estaba en la piscina y que, probablemente, era quien me había llevado hasta allí, ayudado por su compañero, el que me lanzó el dardo.
—Señor Davis —me habló el hombre gordo.
—Veo que me conoce —contesté yo. —En cambio, yo a usted no.
—Mi nombre es Gabriel Lomba. Espero que pueda disculpar a mis hombres por los modales que han usado para traerlo hasta aquí.
El del Orient Triton no dijo ni mu, demostrándome que Gabriel era el que estaba al mando. ¿De qué me sonaba el nombre de Gabriel Lomba?… ¡Claro, sí! ¿Tal vez un pariente de Lefka Lomba? ¿La chipriota que lideraba la banda de compra-venta de mercancía robada?
—Lo cierto es que han llegado hasta nuestros oídos bastantes detalles acerca de una incómoda investigación en la que usted está inmiscuido —continuó Gabriel Lomba explicando. —Mi hermana está algo nerviosa con el asunto, y… Bueno, debo mirar por su tranquilidad. Tenemos la misma sangre.
Pese a mi peligrosa situación, inmovilizado en aquella silla, la esperanza brillaba dentro de mí. Gabriel era el hermano del Lefka, así mismo lo había confesado él. Aquella revelación podía suponer un gran atajo en la investigación. Dando por sentado primero que saliera vivo de allí. Veis que no le pongo demasiado dramatismo al asunto, porque sois lectores inteligentes. Si me hubieran matado, habría sido incapaz de escribir esta historia, así que como sabéis que estoy vivo, dejadme que continúe con la narración. Después de todo, ¿queréis saber cómo lo hice? ¿No es cierto?
Lomba continuó con su explicación.
—Hemos tomado todas las precauciones necesarias. Se encuentra usted en una sala insonorizada, solamente por si acaso se le ocurriera gritar. Nadie le oirá. Tampoco sabe dónde se encuentra esta casa, sí que puedo decirle que a cierta distancia de su camping y relativamente alejada de núcleos urbanos. Quiero decir que no existe ni la más remota posibilidad de que su amigo Franz le encuentre. También hemos tenido que despojarle de su teléfono móvil, algo de lo que ya se habrá apercibido.
—Dígame que quiere. —le corté yo.
—No es exactamente lo que quiero. Sino lo que voy a conseguir. Haré que usted deje este caso, que abandone su investigación.
—Ajá —musité.
—Lo podemos hacer de dos maneras. La primera es con su colaboración. Usted se compromete a dejar la investigación, le llevamos de regreso a su camping y aquí no ha pasado nada. Evidentemente le estaremos vigilando, solamente por si nos surgiera cualquier duda sobre el cumplimiento de su palabra. De ser así, nos iríamos a la segunda alternativa.
Por supuesto, la segunda opción era liquidarme, así que hice lo que cualquiera haría. Me comprometí a dejar de investigar.
El hombre del Orient me lanzó un nuevo dardo y volví a vivir la experiencia que recordaba en la piscina. No caí al suelo porque continuaba atado, pero perdí toda fuerza en el cuello, que se dobló siendo incapaz de sostener mi cabeza y todo se hizo negro.
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Fotografia: imatge de portada del capítol 7 | J. G. Chamorro.