Capítulo 3
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Sergio Cruz era un sospechoso habitual, no sólo en su México natal, sino que sus andanzas le habían proporcionado el honor de ser perseguido en casi todos los países del mundo. Que Newman estuviera presente en la reunión era por un motivo fácil de comprender. Cruz había adquirido una lujosa propiedad en territorio español, según parecía, para retirarse de manera temprana del negocio. Para retirarse a descansar y vivir de todo lo conseguido. Aquello no era más que un plan a medio plazo, pues hasta que encontrase un sucesor digno de su confianza al que pudiera transferir el mando, las actividades de Sergio Cruz deberían continuar, aunque fueran dirigidas y coordinadas desde nuestro territorio.
—Creo entender que mi participación aquí, es porque Cruz es un aficionado a los relojes—apunté.
—En absoluto Paul—me aclaró Franz. —John, si tienes la bondad de informar a mi amigo aquí presente…
—Por supuesto… —repuso solícito el comisario.
Los negocios de Sergio Cruz eran muy variados. Sus actividades se resumían como que era el responsable de colocar la mercancía adecuada en el lugar que el cliente deseara. Fundamentalmente se refería a armas, que obtenía generalmente de fábricas soviéticas y que entregaba a cambio de una buena cantidad en diferentes conflictos bélicos del mundo. Sus tentáculos, de cara a proteger su negocio, se fundamentaban en el soborno y la extorsión. En cuanto al chantaje, iba desde amenazas, hasta secuestros y, como es lógico, también robos.
El cerco de la policía española iba a estrecharse precisamente en ese punto. Tenían identificados varios intermediarios que se encargaban de vender relojes y joyas robadas. Podían haberlo hecho con automóviles, obras de arte, o barcos. A fin de cuentas, también en el mercado negro, los comerciantes se especializan.
Investigaciones de diferentes países los habían llevado hasta Lefka Lomba, una nicosiana, es decir, natural de Nicosia, la capital de República de Chipre que entre otros clientes, trabajaba con Cruz. La forma en que gestionaba su negocio era muy interesante, como si fuera una empresa legal. Sus empleados pasaban por el lugar especificado por el cliente a recoger la mercancía. Se la llevaban, y entonces buscaban comprador o compradores para la misma. Cuando la vendían y la transacción había concluido, descontaban su comisión por el servicio prestado, y entregaban el monto restante al cliente otra vez en el lugar o la forma que más les convenía.
En lo que a nosotros atañía, no nos importaba donde se recogieran las joyas ni los relojes. Procedían de diferentes partes del mundo, a donde se desplazaba la gente de Lefka. Se vendían también en diferentes lugares. Pero había una cosa que no cambiaba. Cruz siempre recibía el pago por la venta en metálico. La gente de Lefka Lomba se la entregaba en su casa de Puerto Banús en Málaga, donde el propio Cruz en persona, o a veces su tesorero de confianza Pablo Magán lo contabilizaba y lo guardaba.
Desde el punto de vista legal Sergio Cruz no tenía un empleo en el país. Su elevado poder adquisitivo ponía en jaque a los chicos de hacienda, que obviamente, querían su parte para el Estado. Por más lujo del que disfrutase nuestro amigo, en territorio nacional los bancos no tenían ni un euro de él.
—Ya sé que estás pensando ahora. —Me dijo Franz. —Crees que la cosa parece sencilla: detener a los hombres de Lomba justo en el momento en que vayan a entregar el dinero recaudado a Cruz. Desgraciadamente, eso sólo nos permitiría detener a la banda de Lomba, no obtendríamos las pruebas necesarias para acabar con Cruz.
—Me leíste el pensamiento Franz—confirmé yo. —Y ahora, ¿en qué estoy pensando?
—Esta es fácil también. Te estás preguntando lo que casi siempre te preguntas. Siendo una banda organizada, ¿qué pintas tú en esto?
Asentí ante la sagacidad de Franz, o bien ante mi previsibilidad. Eran muchos años colaborando juntos, y al final sabíamos del pie que cojeaba el otro.
La organización regentada por Lefka Lomba estaba profesionalizada. Los equipos de hombres, además de escoltas, disponían de contables, juristas y expertos en relojería. Probablemente la entrega del dinero, iba acompañada también de documentación, como si fuera el informe de una firma de consultoría. Las piezas que se vendieron, su precio en el mercado, la cuantía obtenida por cada una de ellas… Puede que incluso con un albarán de venta, la máxima seriedad para el hampa. Seguramente esa meticulosidad acabaría siendo extensiva a Sergio Cruz. Era casi seguro que llevaría un inventario informatizado, piezas robadas contra piezas vendidas, y era lógico pensar que el plan contable formaría parte del propio sistema. Mi misión sería la de experto en relojería, la de Franz la de contable, y el brazo fuerte serían los efectivos del cuerpo policial Marbella.
El plan que habían trazado pasaba por interceptar a los enviados de Lomba, suplantarlos y hacer la entrega del dinero en la casa de Cruz. Una vez nuestro perseguido aceptase el dinero, estaría manchado y podría ser detenido. Para hacerlo más complicado, las entregas no se hacían de manera periódica. Los de Lomba acumulaban el saldo por las ventas y, cuando era suficientemente elevado, se lo llevaban a Sergio Cruz. No siempre enviaban a la misma gente, lo cual era bueno para nosotros, pero tampoco lo hacían siempre de la misma forma. Podían llegar por vía marítima, por carretera o incluso por vía aérea.
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Fotografia: imatge de portada del capítol 3 | J. G. Chamorro.