Capítulo 1
(Aquest relat constarà de 10 entregues que s’aniran publicant cada dissabte al llarg de les següents setmanes.)
Llevé la mano al bolsillo posterior de mi pantalón y saqué la pequeña funda de cuero negro que contenía el juego de ganzúas suizas. Activé el cronógrafo de mi reloj de pulsera, y me acerqué a la cerradura del apartamento cuatro-cero-cuatro, introduje el tensor sosteniéndolo con el pulgar de mi mano izquierda. Probé con una de las ganzúas, demasiado gruesa para aquella cerradura. Sin perder un segundo la reemplacé por otra algo más delgada, y comencé a manipular los seis puntos llamados “de seguridad” del cilindro. El tensor me iba transmitiendo sutiles vibraciones cada vez que vencía uno de ellos.
Continué manipulando, cinco puntos… cuatro puntos… tres puntos… Elevé la vista hacia el Zenith El Primero en la muñeca, el contador marcaba treinta y dos segundos transcurridos. Un lapso que en mi tiempo subjetivo, se había hecho instantáneo, pero que a decir verdad comenzaba a ser demasiado largo para el éxito de la misión.
—Dese prisa —me presionó el comisario John Newman a mi espalda.
Su consejo, más que ayudarme me generó cierto nerviosismo. Cuarenta y cuatro segundos, y aún quedaban tres puntos en el cilindro… Dos puntos… Un punto. Dos minutos de tiempo…
El último pivote siempre era el más complicado, y también el más delicado, el que más pericia requería. Un mal gesto, y podía desmontar el trabajo realizado en los anteriores. Veinte segundos después, tras dos minutos y quince segundos, todos los puntos habían cedido. Giré la maneta, y la puerta se abrió.
—¡Vamos! —exclamé yo.
Desde el rellano del piso cuarto, aún oculto de miradas indiscretas tras el quicio de la puerta del apartamento, pude observar a través del cristal que cubría la escalera de incendios como el lanzacohetes sueco AT-4 ER hacía impacto en el objetivo. El ER de su denominación hacía referencia a las siglas Extended Range, es decir, alcance extendido, lo que significaba que en vez de los trescientos metros habituales que era capaz de volar, podía hacerlo durante más de seiscientos. Una distancia que el proyectil recorría en apenas dos segundos. De modo que exactamente cuatro segundos después de apretado el gatillo del AT-4, dos segundos que necesitó el cohete para hacer blanco, y dos más que tardó el sonido en llegar hasta mis oídos, sentí como mi cuerpo se estremecía con la brutal onda expansiva causada por una tremenda explosión ocurrida en el exterior.
El Ford Focus de color gris estacionado en la calle se levantó unos cincuenta centímetros del suelo al recibir la carga explosiva de seis kilogramos volando a tal velocidad. Instantes después, caía de nuevo sobre el asfalto. Las ruedas se combaron al recibir el suelo. Envuelto en llamas, gran parte de la carrocería estaba hecha pedazos. Los cristales de seguridad de las ventanillas habían reventado. El estruendo era tal en aquellos instantes que ni siquiera pude escuchar cómo se quebraban. Las voraces llamas empezaban a consumirlo rápidamente y los neumáticos se derretían implacablemente. Se produjo una segunda explosión causada por el incesante aumento de temperatura del coche. El material ignífugo del depósito de combustible no aguantó más, y estalló como si fuera una segunda bomba incendiaria.
En aquel momento un grupo de hombres fuertemente armados rodeaba el edificio, dispuestos a abordarlo. Corrían parapetándose ante cualquier esquina que les cubriera. Ajeno a todo aquello, guardé ceremoniosamente mis ganzúas en la funda, dejándolas en el bolsillo del pantalón. Acto seguido llevé mi mano al bolsillo interior de la cazadora de cuero, y así la Taser Pulse Plus.
Los dos hombres que nos escoltaban tomaron la iniciativa, precediendo a los fusiles de asalto Heckler & Koch HK33 que llevaban apuntando al frente. Newman y yo los seguimos hasta el interior de la dependencia. Sonaron varias armas semiautomáticas, con el rabillo del ojo detecté que venían de lo que debía de ser una cocina totalmente a oscuras. Dos ráfagas automáticas levantaron el marco de madera que protegía a los tiradores. Cuando la estancia quedó en silencio, escuché como dos cuerpos caían al suelo. Los dos GEO estaban ya en la cocina cuando Newman y yo íbamos hacia allí.
—¡Zona asegurada! —dijo uno de ellos.
El codo izquierdo de Newman me empujó levemente, indicándome que me dirigiera directamente al despacho. Abrí la puerta del armario que habíamos convenido, y recuperé el botín.
—Lo tenemos —pronunció en voz alta Newman—. Todo ha terminado.
Fotografia: imatge de portada del capítol 1 | J. G. Chamorro.