De vuelta a nuestro presidio, es decir, al bungalow de ‘La Buganvilla’, empezaba a anochecer. Franz había insistido en acompañarme al bungalow doce, no sabía si por lo de presionar a Adriana Bengtsson o para conocer a las dos amigas que ella me había mencionado que la acompañaban.
—Paul, ¡qué sorpresa volver a verte! Pasa, por favor —dijo ella entusiasmada. —Tjejer, det här är min vän Paul —concluyó en voz alta a su espalda.
Como os decía, no he estado jamás en Suecia, y menos aún he estudiado el idioma. Sin embargo, la frase que Adriana gritó a sus amigas, podía haber sido esa perfectamente, un “Chicas, este es mi amigo Paul”. A su respuesta, dos mujeres vinieron corriendo hacia la puerta. Las dos eran rubias, las dos eran bonitas y las dos eran muy parecidas a Adriana. Julia era más delgada y bajita, Stella más alta que Julia, pero menos que Adriana.
Analizando la situación me fue fácil concluir que Adriana ya me había elegido a mí, así que las otras dos, charlaban distendidamente entorno a Franz que, dicho sea de paso, se mostraba encantado con su reacción. La verdad que le comprendía, las tres chicas vestían exactamente igual que en la piscina, sólo que sin pareo alguno encima. Hasta a mí me resultaba tentadora esa poca cantidad de ropa. Franz sugirió que saliéramos a cenar, pues era la excusa perfecta para probar la comodidad del Volvo, que ni más ni menos, ofrecía siete plazas. Además, era una buena oportunidad de indagar sobre las chicas: ver hasta qué punto eran almas cándidas y divertidas, o bien, nuestras vigilantes.
Nos dirigimos hacia el ‘Trocadero Arena’, un restaurante en primera línea de playa, con una terraza sombreada por las hojas de enormes palmeras. Un ambiente relajado con una carta bastante extensa y cara, que nos permitió actuar como extranjeros de vacaciones: paella mixta para cinco personas, a razón de veintiocho euros por cabeza aunque, claro, pagaría Franz, así que nosotros podíamos dedicarnos a disfrutar.
Al acabar de cenar Stella y Julia convencieron a Franz para que fueran a la discoteca ‘Marlene’, a mí no me apetecía demasiado ese tipo de ambiente, así que cuando Adriana opinó que prefería algo más tranquilo, acepté su idea. No estoy seguro de si la sugerencia fue sincera o bien surgió de manera artificial en cuanto detectó mi falta de entusiasmo por la discoteca.
Estuvimos como un par de horas paseando sin rumbo, primero por la arena de la playa y, después, por las calles de la ciudad. Mis conocimientos sobre las mujeres no son muy elevados, pero lo que me explicó Adriana Bengtsson me pareció sincero. Era ‘Content Manager’ en una empresa sueca. Allí el convenio laboral fija un mínimo de veinticinco días laborables de descanso al año. En su empresa, como era muy moderna, lo incrementaban hasta treinta o, lo que es lo mismo, seis semanas. Cada año solía guardarse tres o cuatro semanas para el verano. Disfrutar de la tranquilidad, la luz y el buen tiempo. Condiciones que en Upsala no eran fáciles de encontrar.
Cuando me fue imposible satisfacer su curiosidad con evasivas, usé la táctica de la verdad a medias. Le dije que era un detective privado independiente, que Franz era otro detective privado, pero que trabajaba para una gran firma, y que nos encontrábamos en Marbella de vacaciones.
Aún llevaba el Casio GPR-B1000 que marcaba en aquel instante las 2:39h. Aprovechamos uno de los pocos taxis libres que transitaban la ciudad a aquellas horas y regresamos al camping. La acompañé a su bungalow, confirmando así que sus amigas aún no habían llegado. Era algo que ya había supuesto al no ver el Volvo estacionado en las inmediaciones. Un poco como en las películas, Adriana declaró que no quería quedarse sola, así que aceptó venir al bungalow que ocupábamos Franz y yo. Llamadme ingenuo, pero no sospeché nada.
Tampoco despertó mi suspicacia cuando le ofrecí la habitación de Franz y ella la rechazó. Ni me pareció raro que anunciara que iba a darse una ducha, y terminara en mi habitación completamente desnuda.
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Fotografia: imatge de portada del capítol 6 | J. G. Chamorro.