PAUL DAVIS, ROBO LENTO (A CONTRARRELOJ, 24)
Capítulo 6
A la mañana siguiente me presenté en la planta once para ver a Máximo Campos. Me tenía algo enojado, para ser sinceros, bastante enfadado. Había quedado en que me llamaría ante cualquier novedad. Me debía los resultados del inventario, si faltaba alguna pieza más o no. Sin embargo, no llegó a llamarme ni a decirme nada.
Aquel desinterés me indignaba, era como si delegara en mí que tuviera que ser yo quien le sacara las castañas del fuego, a él, y a quien le pagaban el sueldo.
—¿Hay noticias del inventario? —le pregunté sin llegar a saludarle.
—Sí. Ejem. —carraspeaba de nuevo. Empezaba a dudar si era por la temperatura del aire acondicionado o una reacción nerviosa. —Tenía usted razón. Faltaban más relojes con sus cajas. Veintiuno en total.
—Por tanto, han desaparecido veintiún relojes con sus estuches, y los diecisiete que ya tenían contabilizados, en los que se hurtó solamente el reloj. Un total de treinta y ocho unidades. —aclaré haciendo una suma mental.
—Le puedo decir más. El valor de mercado de la mercancía sustraída asciende a setenta y seis mil euros.
Era una cantidad notable, sin duda compensaba la factura que “Franz LZ Insurances” les iba a emitir, por mi parte, y aunque no hubiera suplemento por disparos, sería un buen ingreso. Sin embargo, aquello no me calmaba. Eran setenta y seis mil euros, y Máximo ni siquiera fue capaz de coger el teléfono y llamarme.
—Sus recomendaciones no iban erradas. —añadió él de manera conciliadora.
—Gracias por sus palabras… Tengo algunas preguntas, espero que tenga tiempo.
—Sí, por supuesto.
La predisposición de Máximo había cambiado bastante comparada con la de mi anterior visita. Quizás la causa fuera que las pérdidas eran más elevadas de lo que suponían al principio. O quizás ahora que había comprobado que mi predicción fue cierta me respetaba algo más.
—Los empleados en los stands, los concierges, ¿están contratados por ustedes, o por las marcas?
—Por las marcas directamente. Algunos de ellos son extranjeros.
—Es lo que suponía… El caso es que ayer estuve dando una vuelta por la boutique. Me sorprendió que ninguno de los concierges saliera a fumar. Doy por sentado que no se puede discriminar a un empleado por tan nocivo hábito. Sin embargo, fue bastante curioso. De más de diez dependientes, ninguno abandonó la boutique.
—Pues me alegra que fuera así señor Davis. Como usted apunta, la ley no nos permite discriminar, ni tan siquiera preguntar, si alguien es o no fumador. Lo que sí que nos permite, es prohibir que en mitad de la jornada los empleados abandonen la boutique. Es decir, está totalmente vetado el salir afuera.
—Claro, y como es la misma ley la que prohíbe fumar en las dependencias, ello implica que los empleados no pueden salir a humear. —me adelanté.
—Exacto. Eso no impide que antes de empezar su jornada, una vez terminada, o durante la pausa de la comida, estén autorizados a fumar. En esos momentos, tienen permiso para estar en el exterior.
—Me pareció que los cajeros sí que pertenecían a la plantilla de El Corte Inglés. ¿No los ponen las marcas?
—No. Los administradores —respondió mi interlocutor usando la más elegante alocución de administrador en vez de cajero—, son de ECI, de nuestra firma. Debemos ser nosotros los que controlemos las ventas, porque de ahí sale nuestra comisión.
Intuía algo parecido. Así que las grandes superficies cobraban dos veces, una porque las marcas usaran el espacio, y otra, por cada venta que se realizaba en el mismo. Como negocio, no estaba mal pensado…
Le pedí a Máximo que me enseñara las grabaciones de seguridad nocturnas. Mientras la boutique permanecía cerrada. Había conocido a los diferentes empleados que tenían acceso a los relojes, pero no al personal de limpieza. No tardó en entrar en su ordenador, y acceder a las diferentes cámaras de la pasada noche.
Giré el ordenador portátil, y empecé a manipular los controles del video. Podía cambiar entre las diferentes cámaras, y reproducir a diferentes velocidades. Seleccioné las ocho filmadoras que enfocaban con buenos ángulos a las vitrinas de relojes de diferentes marcas. La pantalla del portátil se dividió en una rejilla de ocho celdas, mostrando en cada una de ellas el video de aquella. Reproduje todas ellas a velocidad acelerada por treinta y dos.
Cada vez que veía en una de las secuencias que una empleada de limpieza se acercaba a un expositor, la reproducía a ritmo normal. Me di cuenta que las trabajadoras contaban con una llave, abrían la vitrina, y con un plumero limpiaban los relojes cuidadosamente. Luego con un trapo, adecentaban la parte interior de cristal, y al terminar, volvían a cerrar con llave.
Fotografia: motiu gràfic de la novel·la | J. G. Chamorro