PAUL DAVIS, ROBO LENTO (A CONTRARRELOJ, 24)
Capítulo 3
Campos carraspeó, el aire acondicionado estaba bastante fuerte en la estancia, y me dijo:
—Es en ese punto, cuando los hechos se transforman en quejas de nuestros clientes, es decir, las marcas que exponen sus productos, que el problema deja de ser económico y se convierte en algo más importante. Un problema de imagen. Las relojeras pierden la confianza con nosotros, tal vez incluso puedan aventurar que somos partícipes de los robos, y ahí es donde nos ponemos a investigar.
—¿Y que descubren?
—No queríamos despertar sospechas ni que saltaran las alarmas. Ni con los empleados, ni con las marcas relojeras. Durante la noche, cada centro por vez, inspeccionamos la cuantía de los daños.
—¿Contaron cuántas cajas vacías había?
—Exactamente. Hicimos un repaso de todas las boutiques para ver cuántos estuches había vacíos en los muebles. Encontramos diecisiete en el centro de Plaza Catalunya.
—Y ¿en el resto de centros?
—Nada. No se vieron afectados.
—Los estuches vacíos eran sólo de relojería, ¿o también tuvo efectos con otro tipo de artículos? Si no recuerdo mal, se exponen también piezas de joyería y algunos instrumentos de escritura.
—Sólo relojería.
Era un típico ejemplo de robo lento. Aquel que se efectúa paulatinamente, tan con cuenta gotas, que cuando los afectados se dan cuenta de lo ocurrido, la cantidad de género desaparecido no es para nada despreciable.
Lo mejor que podía hacer era visitar aquella boutique, hacerme pasar por un cliente más, y ver con mis propios ojos lo que ocurría. Estaba a punto de despedirme del subdirector general de bienes de lujo cuando me surgió una idea:
—¿Es posible que hayan desaparecido más relojes?
—¿A qué se refiere?
—Saltó la liebre, si me permite la expresión, al constatarse los estuches vacíos. Pero se me ocurre que, si también desaparecieron esos estuches, entonces los daños pueden ser superiores a esas diecisiete unidades. Que falten más relojes de los que todavía han descubierto.
—Descartamos esa hipótesis. Si le soy sincero, más bien no reparamos en ella. Pensamos que con las medidas de seguridad no cabría la posibilidad de que algún empleado abandonara la boutique ocultando un reloj. Tenemos cámaras de seguridad y todos los empleados son registrados discretamente cada vez que abandonan la boutique.
—¿Sospechan de alguien en concreto? ¿O al menos de dónde puede estar el punto débil? Miembros del equipo de seguridad, dependientes, empleados del equipo de limpieza.
—En este momento, sospechamos de todos. El incidente nos ha superado, por eso decidimos contratar a “Franz LZ Insurances”.
—De acuerdo. Esta madrugada hagan inventario en Plaza Catalunya. Verifiquen que no falte ni una sola de las cajas que los albaranes de entrega indican. En un par de días tendrá noticias mías. —le dije tendiéndole una de mis nuevas tarjetas de visita.
Habéis leído bien, he dicho nuevas tarjetas de visita. Ya sabéis que llevo dos tarjetas de presentación, las mías, y las de “Franz LZ Insurances”. Hasta hace nos días, en las dos decía lo mismo, coincidiendo con el cartel en la entrada del despacho:
Paul Davis – Detective
Investigaciones especializadas en relojería
Franz se había empeñado en “reorganizar” la empresa, en darle un aspecto más moderno y global. Eso implicó algunos cambios de identidad corporativa, con un logotipo más elaborado que el que tenía hasta entonces. El caso es que ahora mi cargo era el de “W.S.P.I.”. El P.I. no significaba otra cosa que “Private Investigator”, o sea investigador privado. Seguro que lo habéis visto en bastantes películoas. Sin embargo, lo precedió por “Watch Specialized” (“W.E.”), o sea “Especializado en relojería”. Decía lo mismo que decía antes, pero seguía esa tendencia tan en boga actualmente que persigue que la gente no sepa exactamente a lo que te dedicas. Ya no hay encargados sino managers, directores financieros sino C.F.O, o Key Account Managers en vez de comerciales. Mi tarjeta ahora rezaba:
Paul Davis – WSPI
Franz LZ Insurances
—Si tiene cualquier novedad, llámeme a cualquier hora. —le expuse. —Yo haré lo mismo.
Mientras abandonaba el edificio observé la tarjeta de visita de Máximo. Figuraba su nombre, su cargo, la dirección, el email, y un número de teléfono fijo. Debía ser el número de la centralita, así que difícilmente iba a poder contactarle fuera del horario laboral. No dejaba de sorprenderme el desinterés que demostraban muchos directivos.
Fotografia: motiu gràfic de la novel·la | J. G. Chamorro