PAUL DAVIS, ROBO LENTO (A CONTRARRELOJ, 24)
Capítulo 1
Aquel mes de agosto de 2019 fue bastante particular. Tuvimos cuatro o cinco días de extremo calor húmedo, debido a lo que bautizaron con un término tan poco significativo como Ola de calor. Como si darle un nombre explicara sus causas. Hubo además cuatro o cinco días de tormentas con lluvias, en algunas ocasiones torrenciales. O sea que si de treinta y un días, diez fueron de climatología no habitual en esas fechas, algo ocurría. Los que aún dudan de los efectos del cambio climático, no tienen más que echarle un vistazo a los fenómenos como esos, que cada vez, ocurren con mayor frecuencia.
Rememoraba como unos años atrás, agosto era un mes inhábil. Toda la gente se iba de vacaciones, las calles quedaban desiertas y, por supuesto, la mayoría de comercios estaban cerrados. Solamente un bar jalonado aquí o allá, y algún negocio perteneciente a grandes cadenas que entonces eran los menos, estaba abierto en la época estival.
Hoy en día el mes de agosto no es muy diferente al resto del año. La mayoría de empresas trabajan, la mayoría de locales comerciales abren, y si bien la afluencia de público y trabajadores es menor, no se asemeja en nada al panorama desangelado de antaño.
No recordaba cuando fue la última vez en que me tomé unas vacaciones como tales. Siempre digo, y no es a modo de queja, que así es la dura vida del empleado autónomo.
Lidia, mi secretaria, se había tomado las dos últimas semanas del mes libres. La cantidad de trabajo en verano solía descender un poco, a menos movimiento, menos robos también y por ende, menos trabajo para mí. Salvo en las viviendas claro, donde los amigos de lo ajeno aprovechaban las largas ausencias de sus propietarios, y se llevaban todo lo que tuviera valor.
Con tantos años juntos, habíamos aprendido a organizarnos. En su ausencia, me encargaba de cubrir sus tareas organizativas y administrativas. Así es como ocurría en la mayoría de empresas. Los empleados hacían turnos, y se repartían las vacaciones, de modo que aunque con menos personal, el negocio pudiera proseguir su actividad. La excepción eran todas las actividades relacionadas con el turismo, en verano iban a más, en especial en una ciudad con tanta afluencia de visitantes como la mía. Para ello recurrían a contratos basura, a empleados eventuales.
Aquella mañana, tenía una cita con el subdirector general de bienes de lujo de El Corte Inglés. Supongo que todos conocéis esa cadena de grandes almacenes. Empezaron en un lejano año 1935, adquiriendo una sastrería en Madrid, y cuatro años después, inauguran lo que sería su primer gran almacén. Llegaron a tener más de un centenar de centros en la Península Ibérica (dos de ellos en Portugal). En los tiempos de bonanza, adquirieron a su principal rival, Galerías Preciados, multiplicando con ello la cantidad de centros comerciales de que disponían, la mayoría de ellos, en propiedad.
Los cambios en los hábitos de consumo les han afectado, y ahora más que española, es una empresa qatarí y china.
En lo que a mi respectaba, ninguna de las filiales de El Corte Inglés era cliente de “Franz LZ Insurances”, tenían sus negocios de seguros repartidos con diferentes firmas, incluso una parte estaba en manos de su propia correduría: Seguros El Corte Inglés. Aún así había sido Franz Lengyel Zsoldos el que me había contactado, el propietario y máximo responsable de la “LZ Insurances”.
Iba a ser una investigación que yo llevaría a cabo de manera privada, pero que le convenía que tuviera éxito, debido al gran nombre que tenía El Corte Inglés, y que sería una referencia que le podría proporcionar nuevos clientes.
Sin prodigarse en detalles, como era su estilo, me expuso que se habían robado un número indeterminado de relojes. Desconocían hasta qué punto el responsable pudiera ser un empleado, o que la trama ascendiese hasta escalafones más elevados, quizás implicando a miembros del propio personal de seguridad de la empresa.
La entidad no quería revelar demasiada información, siquiera a Franz Lengyel, pero no tendrían inconveniente en proporcionármela, si finalmente llegábamos a un acuerdo. Suponía que habrían intentado resolver el problema internamente, y que si me llamaban, era porque no lo habían logrado. Aquello me ponía ante un caso difícil, de los que me gustaban.
Fotografia: motiu gràfic de la novel·la | J. G. Chamorro