Empezamos a registrar la casa, peinándola cada uno por nuestra cuenta. Había un acuerdo implícito. Si alguien encontraba relojes o joyas debía avisarme a Franz o a mí para poderlas analizar. Cualquier otra cuestión sería responsabilidad de John Newman.
Estaba bastante convencido de que encontraríamos algún reloj o joya de valor. Una pieza que nos permitiera seguir el rastro de los delincuentes. Después de todo, Gabriel era el hermano del cabecilla que presidía la red organizada de compra-venta de mercancías robadas. No obstante me equivocaba, no encontramos nada incriminatoria en la casa. Pero yo sí vi algo…
—¡Ey! —grité a pleno pulmón para que me oyeran. —Un teléfono.
Sobre la encimera de la cocina había un nuevecito Samsung Galaxy S10. En cuanto Newman hizo acto de presencia, le di al botón de encendido. El fondo de pantalla era una fotografía en donde aparecían juntos Gabriel y su hermana Lefka. Era manifiesto que aquel smartphone era propiedad de Gabriel.
En cuanto toqué su pantalla, me solicitó que introdujera el PIN, huella dactilar o reconocimiento facial para desbloquearlo. Aquello iba a ser mucho más fácil de lo esperado.
Si en esa vivienda se alojaba el hombre que me disparó el dardo del sueño, tenía que haber más cartuchos en la casa. Les dije a Newman y Lengyel lo que buscaba y a los pocos segundos aparecía Franz con la pistola tranquilizante en la mano. Era el momento de desquitarme, de vengarme pacíficamente.
Me encaminé al estudio insonorizado, abrí la puerta que estaba cerrada con llave y me encontré el humillante panorama de los tres hombres sentados en el suelo, inmovilizados con la bridas y amordazados. Lentamente y con elegancia, como si fuera el Clint Eastwood de Harry el Sucio, alcé la pistola y disparé a Gabriel Lefka. Éste pasó al mundo de los sueños en apenas dos o tres segundos. Recargué el arma y dormí al del Orient. Repetí la operación, esta vez con mi cazador, el que me había anestesiado. Sonreí con placer al ver como quedaba inconsciente. ‘Ojo, por ojo y diente por diente’.
Con los tres malhechores durmiendo como bebés, acerqué la pantalla del teléfono a la cara de Gabriel. El Samsung reconoció sus rasgos faciales y se desbloqueó.
Lo primero que hice fue desactivar las opciones de bloqueo. Normalmente los teléfonos se apagan a los pocos segundos de inactividad, así ahorran energía y mejoran la seguridad. Por eso, cuando luego vuelven a reanudarse, solicitan otra vez la huella, el PIN, o los registros biométricos. Con la nueva configuración que apliqué, el terminal no solicitaría ninguna identificación, ni siquiera si se apagase.
Los teléfonos de Samsung suelen traer una función que se llama Smart View, lo que permite que el teléfono envíe su pantalla a otro dispositivo conectado en la misma red WiFi. No es necesario que sea Samsung, y no es necesario que sea un ordenador. Puede ser una televisión de esas que tienen la pegatina de SmartTV.
En la gran televisión del salón mis compañeros podían ir viendo las operaciones que yo realizaba sobre el teléfono. Empecé revisando su agenda. Como esperaba, figuraba el número de su hermana Lomba. Pinché sobre el registro y accedí a los detalles. La agenda del teléfono tenía registrados varios números, todos ellos con el prefijo telefónico +357 de Chipre.
Pero había algo mucho más interesante, lo que en el Samsung se llamaban “Conexiones”, es decir, los vínculos con los que se relacionaba aquel contacto, Lomba Lefka en concreto. Me ofrecía iconos con accesos directos a SMS, WhatsApp, … Accedí al de WhatsApp, que me llevó al chat entre él y su hermana. Empezamos a leerlo por orden descendiente, de más antiguos a más recientes. Se mezclaban los mensajes de tipo personal con los profesionales, lo que dificultaba un poco la criba.
Veinte minutos después, habíamos encontrado los mensajes que nos interesaban. Al día siguiente por la tarde, estaba previsto que llegasen por vía marítima los hombres que iban a entregar el dinero a Sergio Cruz. Todo empezaba a encajar, puesto que nos daba cierto margen para esperar al resto de hombres de Newman.
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Al día siguiente, con el refuerzo de dos escuadrones de la infantería de marina de doce hombres cada uno, la policía aguardaba el barco en que llegarían a puerto los hombres de Lefka.
Tan pronto pisaron tierra fueron detenidos. No fue necesario interrogarlos ya que, aunque la organización era muy profesional, la documentación que portaban contenía la dirección de Sergio Cruz. El lugar donde debería entregarse el dinero.
Con aquella valiosa información en nuestro poder, seguimos a los marines hasta el lugar indicado, que resultó ser un complejo de apartamentos en donde estaba previsto el canje.
Un chivatazo nos había advertido que en el bloque anexo, dentro del apartamento cuatro-cero-cuatro, encontraríamos lo que buscábamos. Dos escoltas ofrecían tareas de apoyo a Newman y a mí mismo. Mientrastanto, los militares, a corta distancia de nosotros, iniciaban su operación.
Enllaç als capítols anteriors:
Fotografia: imatge de portada del capítol 10 | J. G. Chamorro
Notas a “El hombre de los dos relojes”
La historia fue escrita a mediados de 2019, aunque no pude terminarla hasta marzo de 2020. En ella probaba un nuevo concepto bastante cinematográfico: el flashback. Es decir, comenzar la narración explicando el desenlace y, después, ir retrocediendo hacia el comienzo.
La idea me resultó atractiva, pero a modo literario perdía bastante fuerza, lo que en parte fue el causante de que este ‘A contrarreloj 19. Paul Davis, el hombre de los dos relojes’, no se publicara independientemente.
Aún contando con el Davis que todos conocemos, me abría las puertas a profundizar en secuencias de acción, disparos y explosiones.